El que pudo haber sido mi último mensaje.

 

Relato de terror de Pamela Méndez quien afortunada logró huir de un taxista de Playa del Carmen que intentó matarla

Eran las 19:40 hrs del día de ayer, en un taxi aparentemente legal en Bosque Real, Playa del Carmen, cuando me pusieron los seguros y me rociaron en la cara con algún tipo de químico que me quemaba la garganta y adormecía mis sentidos. Alcancé a mandar mi ubicación en tiempo real, antes de que me amenazara con un arma para que «no hiciera una pendejada y guardara mi celular». Luchando contra él, yo bajando y él subiendo el cristal de mecanismo automático, intentando sacar la cara, para respirar aire fresco y gritar con todas mis fuerzas, buscando a alguien, quien fuera, golpeando el cristal con los puños y esquivando sus golpes. Los minutos más aterradores en mis casi 30 años de vida, minutos en los que sabía que todo había acabado, que me esperaba la violación, la tortura y muy seguramente la muerte.

Cuando casi perdía mi voz y mis esperanzas, vi mi salvación, una pareja casi de la tercera edad en un auto azul salvó mi vida, le cerraron el paso al taxi, que sólo pudo frenar de golpe y desactivar los seguros para que yo bajara.

Buscando ayuda en la caseta de policías, un oficial sin soltar su café y sin sacar la otra mano de su chaleco, me decía que no había nada que se pudiera hacer, no había pruebas, que no hay camaras públicas y que yo había tenido que apuntar placas o número de taxi, pero cuando lo único que quieres es salvar tu vida, en lo último que piensas es en voltear a ver las placas, así que no había delito que perseguir y que lo único que podía hacer era iniciar un trámite en el que diera la descripción del atacante y que aún así, son más de dos mil taxistas registrados, y con tono casi burlón, no había mucho por hacer.

Ayer pude ser parte de las estadísticas de feminicidios en México, víctima de un taxista, la mafia más grande en Playa del Carmen. No llevaba escote o falda, no iba ebria ni enfiestada, no era media noche ni estaba sola en alguna calle obscura. Sólo se necesitó una cosa, ser mujer.

Hoy con dolor en mis manos y brazos, cotizo en mercado libre gas pimienta e inmovilizadores eléctricos.

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