Macondo se despliega en el Planetario Kayok para contar la vida de Gabriel García Márquez a través de 64 fotografías


Arturo Mendoza Mociño
Cancún, Q. Roo, a 11 de octubre de 2018.- Gabriel García Márquez, el Premio Nobel colombiano del año 1982, estuvo en este rincón del Caribe alguna vez para recomendarle al novelista Carlos Hurtado, autor de “Cancún, todo incluido” (Unas letras, 2011), el mejor recurso literario para contar la podredumbre política de la región: el diálogo.
Aquel encuentro ocurrió cuando Mario Villanueva fue apresado y García Márquez, con la celebridad a cuestas, viajaba a escondidas para que sus lectores gaboítas, gabófilos o gabolovers no lo saludaran, le pidieran una fotito y el atesorable autógrafo.
Desde aquel año de 2001 huía de su fama internacional.
De hecho, Hurtado reconoció al escritor por sus bermudas amarillas, su color favorito desde que escribió “Cien años de soledad”, a pesar de que el “Gabo”, como todos llamaban al hombre nacido en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927 y fallecido en Ciudad de México el mismo día en que murió Sor Juana Inés, el 17 de abril, pero de 2014, trató de negar, inútilmente, quién era.
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Hurtado, tan colmilludo periodista como el Gabo, no soltó su presa y, como lector avezado, preguntó todo lo pertinente y el reportero de “El Espectador”, “El Tiempo”, “Prensa Latina” y “Cambio” respondió halagado por tener ante sí a un fiel conocedor de sus libros y fotografías personales que se exponen ahora en el planetario de la ciudad hasta el 3 de noviembre.
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La muestra se ha repartido en diferentes paneles temáticos que cuentan una vida marcada por la literatura y el amor a la familia, los amigos y Colombia. En el entorno familiar hay fotos de los abuelos y los enamorados que fueron Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez que procrearon a Aída, Luis Enrique, Gabito, Eduardo, Margarita y Ligia. El novelista que engrandeció a Colombia se le ve muy pequeñito y con una mirada de asustado de lo que la vida, generosa, le otorgará para escribir “El amor en los tiempos del cólera”, “Memoria de un secuestro” y “El general no tiene quién le escriba”.
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Al formar parte de la redacción de Prensa Latina, García Márquez robusteció su amistad con Fidel Castro, líder de la estrella roja del Caribe. Al escritor se dijo más de una vez, lo frecuentó el poder, no al revés. Eran los presidentes, los líderes latinoamericanos y otros más al otro lado del Atlántico, quienes lo cortejaban, lo elogiaban y lo escuchaban arrobados. El ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari se enorgullecía de esa amistad y que, gracias a las recomendaciones literarias del consejero García Márquez, su pluma había alcanzado mejores vuelos estilísticamente.

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“Cien años de soledad” ha vendido en todo el mundo 30 millones de ejemplares y su fama rivaliza con la del Quijote de Cervantes. Esa obra marca el antes y el después en la vida del colombiano que huyó de su país para exiliarse en México. Por eso “Cien años de soledad” es la novela más mexicana de todas las del Gabo, aunque fue editada en Buenos Aires por primera vez en 1967. Con esta obra, el realismo mágico, pero también el boom literario conformado por el argentino Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes y el chileno José Donoso, posiciona a Iberoamérica como un espacio creativo que gestará grandes obras: “Rayuela”, “El obsceno pájaro de la noche”, “Terra Nostra”, “El general en su laberinto”, pero también difundirá la obra de otra cauda de grandes autores como el uruguayo Juan Carlos Onetti, el mexicano Juan Rulfo, los cubanos Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante y José Lezama Lima, y el por siempre olvidado por la Academia Sueca, el argentino Jorge Luis Borges.
Con estas imágenes, Macondo y todo lo que formó parte de la vida de Gabriel García Márquez se mantendrá en este refugio de la curiosidad científica para mostrar cómo decía él mismo al escribir sus memorias: Primero hay que vivir para contarla.

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