Jesús Lemus
Hoy como todos los jueves, se me antojó hacer de comer unos nopales. Unos nopales en caldillo, me caerían bien. No lo dudé; me fui al mercado muy temprano, sin saber que no solo me iba a traer los nopales, sino una humillación y una lección de política de las que ni Obama tiene.
Fui con doña Rosa. Desde lo lejos, entre los desiertos pasillos del mercado de San Cristóbal, me miró. Afiló su sonrisa, pensando que yo no la veía desde abajo del ala de mi sombrero. Fue provocativa. Llegué con banderas de paz desplegadas, pero ella –se notaba- ya estaba preparada desde hace días para la guerra.
-¿Qué le dice su Peje? –me picó después del saludo, mientras yo escogía las pencas más tiernas.
-Nada. El hombre hace su lucha para recomponer al país- le respondí con un dejo de poca importancia, intentando no caer en su provocación.
Lo último que yo hoy quería era que Doña Rosa me pusiera una chinga de “perro bailarín” como cuando AMLO decidió la Guardia Nacional, o como cuando decidió frenar el flujo migrante del sur, o como cuando dejó libre a Ovidio el Hijo del Chapo, o como cuando dijo que crecimos al 0.1 por ciento… en fin, como cada vez cuando que voy por mis nopales.
-¿Ya somos más ricos, con lo que nos estamos ahorrando por la corrupción? –me volvió a picar.
-Ya vamos saliendo de la crisis- le respondí con el poco interés que manifiesto cuando las cosas me valen madre.
-No lo creo –reviró-, si fuéramos más ricos no estaría usted comprándome mis nopalitos.
-Me gustan los nopales –se la devolví.
-Si fuéramos más ricos andaría usted en la carnicería.
-No me gusta la carne –me defendí- prefiero los vegetales.
-Los nopales no son vegetales, es una cactácea, por si no lo sabía.
-No. No lo sabía. Gracias por el dato –seguí intentando evadirme de la provocación.
Se levantó muy seria y se puso frente a mi cara. Levantó mi sobrero y me miró a los ojos. Mi desinterés por el debate la desconcertó. Casi pegó su nariz con la mía. Sentí que me iba besar. Su aliento me terminó de despertarme.
-¿Está enfermo, Don Lemus?
-Para nada –le respondí- soy un puto caballo listo para el galope…
-Pues debería estar enfermo –dijo mientras se volvió a colocar en su mullida sillita, al tiempo que cogió el cuchillo para seguir desespinando las pencas, como si el universo girara en torno a ello.
-¿Y porque debo estar enfermo? ¿Por qué usted lo dice?
-No. Por el pendejo presidente que tiene… ser seguidor de ese güey de AMLO a cualquiera puede enfermar.
– Déjelo que haga su trabajo, ya habrá resultados…
-Ese Peje está como los perros de mi pueblo.
-¿Y cómo están los perros de su pueblo?
-Persiguen la camioneta del gas hasta por cinco cuadras, y cuando la alcanzan, ya no saben para que la perseguían… así este güey, persiguió la presidencia por 18 años, y ahora que la tiene, no sabe qué hacer con ella.
No le dije nada. Pagué mis 35 pesos de nopales, y me devolví con mi honor político humillado y con las ganas de haber tenido un argumento para defender a mi presidente. Al menos los nopales si me salieron tiernos. Y hoy acaricio la posibilidad de besar a Doña Rosa, para que deje de hacerme bulling.